viernes, 19 de julio de 2013

COTILLEOS DE BARRIO (III) – 01/07/2013


 


 

Nota: Debo avisar de mi perniciosa inconstancia en el seguimiento de escritos al blog.

Larga experiencia, desde 2005 a 2013 he publicado en el primero y único que tuve hasta entrar en este lugar que veo me ofrece mejores posibilidades de presentaciones y ‘adornos’, quizás para algunos, recargados pero a mí le añaden un ingrediente de alegría.

Entonces para no ser menos, en esta serie que me he planteado sobre ‘cotilleos’ y que me van llegando recuerdos y vivencias, escribí el siguiente artículo que al irme el día 3 no publiqué, trataré de ir cogiendo el hilo.

 




 

La continuación del tema propuesto deriva en diversos vericuetos e hijuelas. Como no tenía programado el asunto, carecía de un boceto ordenado, me tengo que servir de buscar en ese baúl pero a ciegas, palpando a tientas con mis manos.

Entonces, retrocediendo pero a épocas vividas, recuerdo que, al retornar de mis años barceloneses, con 9 años volvimos al modesto piso alquilado en la calle Ciudad Real, en la que nací, como era normal en la época, casualmente, la comadrona colegiada que atendió a la Sra. Teo, mi madre, era la vecina del piso de debajo de mi casa, Dª Felisa Celorrio, ‘aparente marimacho’, grandona, pelo rufo plateado y predecesora de la Montiel, se endilgaba unos habanos no sé si caros pero era una locomotora andante, pues con sus manazas salió mi cuerpecillo, ignoro el peso pero dijo mi madre que lo normal en un niño.

Bien pues al haber sido urbanita, vida infantil a caballo entre Barcelona y Madrid, no conocí un auténtico pueblo rural hasta los 11 años. Esto tiene un nexo con lo que a continuación expreso.

Instalado en Madrid, definitivamente, al llegar aquellos sofocantes estíos del poblachón manchego (Madrid para más detalles), las casas carecían de cualquier respiro. La corriente establecida entre dos ventanas de opuesta orientación. Los muros de las casas al tener un gran espesor, contribuían al no excesivo calentamiento, pero ‘las calores’ invadían las viviendas. Poca luz, sin televisión, unos armatostes radiofónicos que eran el entretenimiento del vulgo, con sus seriales, concursos de cánticos, etc.

Llegada la caída de la tarde, poco a poco empezaban a bajar mujeres, con sillitas de madera, en patas y respaldo y enea para el asiento. Botijos amarillos, los más normales y color teja de barro más refinado, que se compraban, sobretodo a los botijeros extremeños que los traían en alforjas o artolas entre mucha paja para evitar su rotura y clamaban por las calles ‘el botijherooooooooo’. Con el tiempo me he enterado que el mayor productor de botijos fue un pueblo cordobés llamado La Rambla que contó con más de 800 alfarerías de botijos y otros recipientes.

 



 

A esto botijos de de agua refrescada en los poyetes de las ventanas, también se unía alguna gaseosa y después cuando se unía algún hombre, al contertulio, aparecían las preparadas botas que ‘hacían’ con su pez o brea interior un agradable vino.

Pues estos mentideros eran ‘fábrica’ de noticias de lo acontecido durante el día, cada corresponsal aportaba el fruto de sus pesquisas, no descuidando la entrada y salida de cada vecino, obligado a saludar, claro está, a esas ‘doctoras autolincenciadas en cotilleo. Los que pasábamos por esa ‘pasarela’ éramos saludados con cierto aire de fingimiento y tras pasar la barrera, te ‘hacían el traje completo’ y a la medida de cada ‘costurera’.

Si alguien lucía algún atuendo, algo más, fuera de lo habitual, salía enseguida ‘¿de dónde lo sacarán?

 



 

Generalmente, estas persona, tenían cuenta de crédito abierta en los coloniales o tiendas de ultramarinos e iban liquidando semanalmente, (solían cobrar los obreros en estas etapas) lo pactado con el del guardapolvos gris y lapicero en oreja que, generalmente, hacía algún añadido a las cuentas pendientes ¡coño, los intereses como siempre hicieron los prestamistas! y no carentes de razón puesto que ellos anticipaban los productos y a riesgo de alguna quebranto, con o sin duelo, como el plato típico manchego que se menciona en el gran libro de cocina que es El Quijote.

Y así iban pasando las acaloradas noches veraniegas …

(abundaré en más detalles sobre el asunto que me va sobreviniendo tal cual escribo…)

(Continuará…)

 

 

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