Este
tema, como casi todos en los que entro, da mucho de sí y el problema es que
tengo poca capacidad de síntesis. Expliqué un día que siempre que he realizado
algún escrito de cualquier manera, incluso una serie de correspondencia que
mantuve con mi padrino que residió en Perú, él, era también muy extenso, cada
carta que nos intercambiábamos contenía, en papel cebolla, por aquello del
peso, y del franqueo en avión, unos 6 u 8 folios. Los inicios, eran, primero,
ponernos al día en nuestras vidas familiares pero luego, él, con una amplia
cultura, más que por unos estudios realizados en España en la década de los 40
y por los que consiguió una maestría Industrial, siendo contratado por
Telefónica pero Emilio, mi tío, y otro hermano 2 años más joven, Carmelo, por
sentimientos políticos contrarios al régimen, aunque no implicados, sino no
hubieran podido salir de España, tomaron rumbo a Argentina. Mis padres, hermana
y yo vivíamos en Barcelona y el transatlántico que les iba a llevar a Buenos
Aires, partía del puesto de Barcelona. Estuvieron unos días en nuestra casa
rematando detalles y como no podían llevar el dinero que pretendían para no
partir allí de cero, en barras de jabón de afeitar que eran cilíndricas de unos
12 cms de largo y un diámetro de unos 8, las ahuecaron e introdujeron pesos
argentinos conseguidos en el mercado negro. El peso argentino, de aquella
boyante Argentina peronista, equivalía a 5 pesetas.
En unos
veinte días el Cabo de Buena Esperanza, nombre del vapor, les condujo a ese
‘paraíso’ para ellos.
Como
siempre me he desviado y de paso he contado otros temas familiares, el caso es
que aquella largas epístolas, unido a que luego, cuando leí al maestro francés
de finales del siglo XIX, Marcel Proust y su famosa ‘Recherche’, siete tomos en
los que el enfermizo escritor, en ocasiones, llegaba a utilizar hasta 30
páginas para describir una habitación, ‘claro te terminabas sentando en uno de
sus sillones y asomándote a sus ventanas corriendo las cortinas’, tal era su
exposición.
Pues
discípulo, sin aspiraciones a equipararme salí, me convertí en mis
descripciones.
Volviendo al sendero que me planteo, el chisme (chisme, cuento, chafardeo, murmuración, chismorreo, enredo, comadreo, facundia, verborrea, labia, charlatanería, locuacidad, cacareo, cloqueo, palabrería… ¡basta, sino no tiene fin!).
Acortando
caminos, otros matices se harán en su momento, actualmente, mi única, casi
salida, por imperativos de movilidad, es a un bar a unos 100 metros de casa,
Hnos Jiménez.
Bar
modesto de barrio, desayunos en la mañana, aperitivos, al medio día, 3 mesas en
las que puedes comer con un diseño de Esteban, el regidor del bar, cafés tras
comidas y llega mi momento, alrededor de las 7 y media, bajo a tomar mis
copillas, a charlar con los contertulios conocidos de ese horario, alternamos
ver algún concurso de preguntas que oferta Antena3, en esa franja de horario de
7 a 9, y, como no, se habla del tiempo climatológico, tema insoslayable, da
mucho de sí, de algún acontecimiento del día y luego, ‘inadvertidamente’ llega,
‘sabes que fulatinito…’, ‘no te has enterado de la que vive en 50 que ha…’,
‘mira ese que pasa por ahí, le he visto en…’, y miles de etcéteras.
En una
palabra, ‘sin pretenderlo’, ‘cortando trajes a medida’, hablando a espaldas de,
¡CHISMORREANDO COÑO!
Y luego
sale el ‘disfraz’ o ‘vaselina’ “y que conste que a mi no me importa la vida de
nadie, pero es que esto…?
BLA,
BLA, BLA, …
Cuando
salgas por la puerta con el consabido ‘que descanséis y hasta mañana…’. Pues ya
sabes cuando llegas a casa ya te ‘han hecho el pijama’. El mío es escueto, me
lo inspiró Adán, antes de la hoja de parra.
(Continuará…)


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